lunes, 19 de mayo de 2008

Ser venezolano II: ¿extrovertido a juro?

Aunque el principio de este post es intenso, la verdad es que la clasificación “junguiana” de introvertido y extrovertido es algo tan común que ya la mayoría de las personas lo utilizamos en nuestro día a día. Por si acaso, igual es bueno refrescar la memoria visitando wikipedia.

La introversión es una actitud típica que se caracteriza por la concentración del interés en los procesos internos del sujeto.

La extraversión, por el contrario, es una actitud típica que se caracteriza por la concentración del interés en un objeto externo.
Esta es una clasificación realizada por Carl Jung, el mismo tipo que introdujo a principios del siglo XX el concepto de inconsciente colectivo, otra idea que quisiera pasar a estudiar. ¿Por qué? Bueno, porque no sé si será culpa de este fenómeno social, o culpa del imaginario hollywoodense importado por nuestro país… Pero así como por alguna razón si vemos a alguien chino o japonés por alguna extraña razón suponemos que debe saber artes marciales, cuando alguien ve a un latino (y peor, cuando nosotros nos vemos a nosotros mismos) asumimos que tenemos que saber bailar, ser bonchones, despreocupados, vivos, y demás…

Si uno es del tipo de persona reflexiva, que prefiere ir a un parque a sentarse a ver a la gente pasar, o simplemente leer, no faltará que salga un amigo que trate de rescatarlo a uno de su “introspección” con la simple onomatopeya:

“¡Aaaaaaaaaaaaaayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy!”

Ante lo cual vendrá alguna invitación a tomar, salir a rumbear, conocer a una “jeva” o cualquier otra cosa que te impida “pensar demasiado”. En otras palabras, vivimos en una sociedad donde muchas veces se castiga la introversión.

Si estás en una fiesta simplemente contemplando a la gente, alguien te mirará feo si no te incorporas a la “joda”. Lo que es peor, si durante la fiesta llega a ocurrir ese fatídico momento en el que se arma la “fila de la conga” y no te unes agarrando por la cintura a quien tengas delante, entonces comenzará la inquisición… Muy probablemente serás vilipendiado, execrado y tildado como un grosero que no se quiere unir al festín de extroversión.

Dos personas lo mirarán a uno de reojo, mientras una le murmulla a la otra alguna frase que querrá decir algo como: “¿qué tendrá de raro ese sujeto que no quiere unirse a nosotros, haciendo este rito sumamente normal de bailar en trencito al ritmo de Ricardo Montaner?”.

¿Por qué debemos ser execrados si no nos gusta bailar? ¿No tenemos derecho a ser introvertidos? ¿Acaso nos quitarán nuestra nacionalidad a menos que optemos por “menear el esqueleto”, echar chistes y convertirnos en el alma de la fiesta?

Una vez más, esta reflexión continuará…

miércoles, 7 de mayo de 2008

Ser venezolano I: ¿caribeño o sudamericano?

Atardecer en Juan Griego 6

Venezuela es un país esquizofrénico, de eso no me queda la menor duda. Muchas veces me he sentido como que no pertenezco aquí, por toda una serie de razones que tal vez explicaré en otra entrada. Sin embargo, como una especie de abreboca quiero sentarme a escribir con respecto a uno de los principales dilemas a los que nos enfrentamos quienes nacimos en esta rivera del Arauca vibrador: ¿somos caribeños o sudamericanos?

Pareciera ser lo mismo, o al menos algo bastante parecido; pero no. Durante años me sentí culpable por detestar el reggaeton. Desde los canales de TV, hasta los partidos políticos utilizan el reggaeton como una forma de llegar a las clases “populares”. ¿Dónde me deja esto a mí? ¿Será que yo no soy de una clase “popular”? ¿Será que soy un pequeño burgués influenciado por el rock y los ritmos del norte? Probablemente sí, pero es aquí donde viene una de las paradojas: el reggaeton está instaladísimo en los Estados Unidos, al igual que el Hip Hop, el rap y cualquier otra cantidad de ritmos que, por parafrasear a Quico “no me simpatizan”. Por si fuera poco, la mayoría de las personas que conozco que escuchan reggaeton viven en La Unión y Cerro Verde (zonas de “alcurnia”), mientras que quienes escuchan rock (rock, y nada más que rock) viven en Catia y La Av. Fuerzas Armadas (zonas “populares”). Entonces, si no es necesariamente un asunto de clases, como algunos quieren hacer ver, ¿qué es?

El año pasado ocurrió algo que me abrió los ojos: viajé a Chile. Sí, Chile, un país sudamericano igual que el mío, donde la gente habla español, se considera latinoamericana y echa broma igual que uno…

De alguna forma me sentía más cómodo en Santiago que en Caracas. Entre otras cosas, la cartelera musical que ofrecía la ciudad era más acorde a mis gustos. Fui a una Fonda donde tuve la oportunidad de ver un concierto de Los Tres, además de escuchar cueca (no muy diferente del joropo venezolano, por cierto). Claro que cuando uno está de turista, todo se ve más “bonito”; pero este caso era diferente, era como que me sentía “en casa”.

Mural en Bellavista

La razón por la que viajé fue un seminario de guión, en el cual había personajes de muchas nacionalidades. De inmediato congenié con un grupo de uruguayos y chilenos, y también me la llevaba muy bien con los argentinos… Nos sentábamos a hablar de fútbol, de rock (tanto anglo como latino) y todo simplemente fluía… Incluso fluía más que con otros venezolanos presentes… Y fue entonces cuando me di cuenta de la razón: yo soy sudamericano. Y ustedes dirán, ¿pero todos los venezolanos no lo son? Pues claro, pero la mayoría, la gran inmensa mayoría, se sienten “caribeños”…

Me explico. Cualquiera que haya visto un mapa de Venezuela, sabe que las principales ciudades del país están en el norte, muy cerca de nuestra costa con el Mar Caribe. ¿La razón? Probablemente flojera de los conquistadores españoles, a quienes no les dio la gana de meterse demasiado al sur del país… El caso es que, tal vez por esto, nuestras ciudades tienen más relación con los países del Caribe. El acento caraqueño se parece más al cubano o dominicano que al colombiano o peruano; el “deporte nacional” es el béisbol (igual que en Cuba, República Dominicana y Puerto Rico), y los ritmos musicales predominantes son la salsa, el merengue y el reaggetón, igual que en el resto del caribe.

Así de simple. El país se divide en dos grupos:

Los caribeños: que escuchan música bailable, ven el béisbol y les encanta la playa.

Los sudamericanos: que escuchamos rock, vemos fútbol y nos encanta la montaña.

La mayoría “caribeña” controla el país. Como decía esa cuña de Maltín Polar donde salía Juan Arango: “Arango también es un líder Maltín”. El mensaje es claro: éste producto símbolo de la venezolanidad, que siempre ha patrocinado a beisbolistas grandes ligas, hace un pequeño paréntesis para darle espacio a un futbolista, pero no teman, el béisbol sigue siendo el deporte “nacional”.

Los que escuchamos rock y nos gusta el fútbol, igual que al resto de Sudamérica, ¿no tenemos también derecho a ser venezolanos? ¿Por qué tenemos que ser tratados como una excepción, casi como si estuviéramos locos? ¿Será que tenemos espacio en este país?

Esta reflexión continuará.

sábado, 3 de mayo de 2008

What’s the deal with pets?


Advertencia: este post puede herir la susceptibilidad de algunos lectores de este blog.
Recientemente fui atacado por un gato. La situación fue divertida cuando menos, aunque lamentablemente, por tratarse de un gato “domesticado” (¿que ataca?), tuve que contener mi reacción de autodefensa; en otras palabras, no pude patear al gato. No podía hacerlo simplemente porque, de haberlo hecho, probablemente me habrían botado de la casa y la dueña del gato me habría dejado de hablar.

Muchos dirán: ¡por supuesto! Pero yo la verdad, que siempre le busco las cinco patas (precisamente al gato) me puse a pensar: si la dueña y yo somos de la misma raza, ¿no debería apoyarme a mí? ¿Acaso se perdieron todos los valores que cultivamos durante la prehistoria, cuando los homo sapiens nos apoyábamos mutuamente ante el ataque de otras especies?

Tal vez el problema viene porque dejamos de ver a los animales como lo que son, y empezamos a verlos como “miembros de la familia”. Ahora, ¿cómo puede un animal de otra especie ser “miembros de la familia”? ¿No se supone que los familiares deben tener nexos de sangre, o al menos la misma cantidad de genes?

Pero mejor olvidémonos del cómo. Es evidente que el proceso de “integración” de un animal a una familia es un acto puramente psicológico, principalmente, por parte de los dueños (sí, dueños... no padres). Más importante es saber, ¿por qué alguien quiere tener a un animal metido en su casa y lo tratan como a un “miembro de la familia”?

No me malinterpreten, yo tuve mascotas. Por supuesto que no un gato, sino un perro… Y no cualquier perro. Era un pastor inglés:


Además, en esa época vivíamos en una casa y el perro tenía bastante espacio para jugar y hacer lo que quisiera. Pero más importante aún, y lo que le da sentido a que tuviera una mascota, es que yo era… ¡un niño!

Yo entiendo perfectamente que un niño quiera tener una mascota; es más, me parece que es lo más sano, y casi debería ser una obligación. Una mascota no sólo será un compañero de juegos; si le hacemos entender al infante que se trata de una criatura viviente que está a su cargo, podrá aprender importantes lecciones sobre responsabilidad, cariño, cuidados y hasta es posible que si eventualmente la mascota muera, sería una primera lección sobre el eterno ir y venir del ciclo de la vida.

Cuando era adolescente, mi hermana y una prima que vivía con nosotros decidieron pedir otro perro. Ya en esta oportunidad vivíamos en un apartamento, y yo ya estaba en otra etapa de mi vida, en la cual no me interesaba en lo más mínimo ocuparme de un perro. Además, tener al pobre animal en un apartamento era una tortura para él. Rasgaba los muebles, hacía desastres…

Lo insólito es que yo no quería tener el perro, y a veces mi hermana o mi prima me culpaban por no “aceptarlo”. Un momento, ellas peleaban con el perro todos los días para que hiciera sus necesidades en tal sitio, para que se acostumbrara a que hay un horario para las cosas, y para que respetara ciertas “normas”. Normas humanas. Es decir, ellas suprimían toda su “caninidad” para sembrarle una “humanidad” que el perro no tiene… ¡Porque es un perro! Pero era yo quien no aceptaba al perro… ¿Tiene esto algún sentido?

Al final el tiempo me dio la razón y mi madre terminó dándose por vencida y regalando el perro a unos amigos que vivían en Galipán, en una casa con un terreno muy grande, y donde esperamos que haya tenido una vida (de perro) bastante más digna.

Actualmente mi prima está casada y vive en el exterior. El matrimonio adoptó un perro, lo que me lleva a la verdadera pregunta de esta entrada, ¿para qué rayos quiere alguien adulto, ya en etapa de formar una familia, tener una mascota? ¿Será acaso para satisfacer sus instintos maternales (o paternales)? ¿No será que la sabia naturaleza nos dio estos instintos para que hagamos algo como, no sé… tener hijos? ¿O es que acaso, si no nos sentimos preparados para tener hijos, entonces decidimos tener un animal como un “simulacro”, mientras tenemos los de verdad?

Lo más terrible de este proceder es que, quien tenga un animal en la casa y después desee tener un hijo se enfrenta a un posible problema muy grave: los celos de su mascota ante esta nueva criatura viviente.


Una vez estaba de visita en una casa de familia y tuve el infortunio de ver un gato atacar a un niño de la casa. Por la reacción de la familia, no era la primera vez que pasaba, ya que al parecer el gato tenía más tiempo en la casa que el niño y sentía celos cada vez que la familia le dedicaba más tiempo al infante que a él. Lo que sí me pareció verdaderamente funesto, fue ver cómo la señora, lejos de regañar (o patear, o botar de su casa) al gato, decidió simplemente reprenderlos (a los dos, a su nieto y al gato) por la “disputa”. ¿Qué clase de problema mental debe tener alguien para tratar a su nieto, sangre de su sangre, igual que como trata a una mascota?

La conclusión de esta entrada, o al menos mi reflexión personal (tómenla o déjenla) es algo bastante evidente: las mascotas “NO” son sus “hijos” ni son seres humanos. Get over it!

Si la madre naturaleza hubiese querido que tuviesen nombres, les habría dado la capacidad de hablar y de autollamarse de alguna forma. Si quisieran que usaran ropa, les habría dado la capacidad de confeccionarla.

Ya para cerrar, si algún dueño de mascotas ignoró la advertencia al principio de esta entrada y siente que ofendí a su “pequeño”; no se preocupen, ellos no tienen la capacidad de leer y sentirse ofendidos.